Finalmente, tras este paréntesis tan largo en su felicidad conyugal —cuando su muerte se daba ya por segura, con su herencia repartida, su nombre totalmente olvidado, y cuando su esposa se había resignado hacía mucho, mucho tiempo a su madura viudedad—, entró una noche por la puerta tan tranquilo, como si solo se hubiera ausentado el día anterior, recuperando de nuevo su papel de amante esposo hasta la muerte.