Mi amiga no paraba de hacerle gracias en el agua, pero él solo tenía ojos para mí. Nos hacíamos aguadillas mutuamente y en una de esas, sin darme cuenta, le rocé todo el miembro viril. ¡Dios mío, qué vergüenza! Yo no soy una facilona, como mi amiga. La quiero mucho, pero es de esas que se acuestan con uno solo por darle la hora. Demasiado agradecida. No dijo nada, tan solo me lanzó una mirada aviesa y yo me limité a mordisquearme el labio inferior, como una niña traviesa.
El tiempo pasó tan rápido como una estrella fugaz a la que no te da tiempo a pedir un deseo. Irene le dijo que la acercara a casa y ambos se marcharon. Y ahí me quedé, en aquel desvencijado balancín fumándome el último canuto y admirando el índigo cielo estrellado.
Mientras entornaba los ojos para dormir, intenté sacarme a Rafa de mi cabeza; no solo porque era de esos que no me convenían, sino porque, además, era el lío de mi amiga y, ante todo, siempre he respetado esa norma: nunca liarme con los novios de mis amigas. Aunque pensándolo mejor no eran novios, solo follaban cuando les apetecía y seguramente esa noche lo estarían haciendo. Me dejé llevar por el sueño.
Esa misma noche, de madrugada, una llamada al móvil me despe