–y así se lo diría a más de un dirigente radical hasta el final de sus días– el rol de Alvear manteniendo al partido básicamente unido en los peores momentos; nunca comprendió la indulgencia y el reconocimiento de Yrigoyen para con Alvear, ni el reconocimiento de Balbín; nunca valoró su presidencia, ni su militancia antifranquista; nunca tuvo una mirada auténticamente considerada para el notable programa de tintes socialdemócratas avant la lettre con el que Alvear marchó a la derrota fraudulenta en la campaña presidencial de 1937; nunca concedió Alfonsín que Alvear, como lo haría él mismo, había abierto sus puertas mentales –opuesto simétrico a Yrigoyen– al rol del parlamento en la república democrática. Como muchos de sus correligionarios, Alfonsín murió sin conocer su propio y profundo componente alvearista.