La Misa había llegado a considerarse un sacrificio, una recreación del Calvario que garantizaba la bendición de Dios. Como esto aseguraba dicha bendición, mientras más se hiciera, más complacido estaba Dios. Y no era necesario para la congregación estar presente. Los clérigos podían decir la Misa repetidamente de una forma mecánica. Esta práctica refuerza la idea de que la esencia del cristianismo tiene lugar fuera de la vida cotidiana. Lleva a un mundo dividido: el espiritual y el secular