Lo que en principio empieza siendo una comunicación significativa y coherente se trastoca convirtiéndose en un intercambio de secuencias difusas que no forman oraciones ni transmiten información alguna: palabras sueltas y sonidos que, si bien en teoría deberían mantener viva la conexión entre nosotros, sin embargo no hacen sino poner aún más de manifiesto lo lejos que nos encontramos en ese momento.