bombardeó a preguntas, una tras otra, sobre el purgatorio, los santos, el papa, la Eucaristía y, por supuesto, la Virgen María.
Escribí sobre este encuentro en mi anterior libro, Jesús y las raíces judías de la Eucaristía,[4] en el que cuento cómo esa noche volví a casa especialmente molesto por los ataques del pastor contra la creencia católica en que el pan y el vino de la Eucaristía se convierten, de verdad, en el cuerpo y la sangre de Jesús. También explicaba cómo, mientras buscaba respuestas, abrí mi Biblia por el pasaje en el que Jesús afirma que su «carne» y su «sangre» son «verdadera comida» y «verdadera bebida» (Juan 6, 53-58); en parte por haberme topado de inmediato con este pasaje bíblico fundamental, nunca he perdido la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.