eca de esa sensibilidad propia de su sexo, exquisita, delicadísima; una hija de mármol, en una palabra, tan empapada en el espíritu de su siglo, dotada de una precocidad tan pasmosa que, niña aún, no trepidó en sacrificar sus hechizos de virgen al becerro de oro, en el lecho de un deforme diez veces millonario