Como yo aún no tenía doce años, no llevaba el brazalete; cuando tuve edad suficiente para usarlo, decidí no hacerlo. Aun a pesar de que mi confianza había sido sacudida por todo lo que ya había visto y experimentado, muchas veces desobedecía las reglas y me burlaba de los nazis. En cierto modo, utilizaba sus propios estereotipos en su contra, ya que no había en mi aspecto nada que me delatara como judío. Con mi cabello espeso y oscuro y mis ojos azules, me veía como cualquier otro niño polaco. De vez en cuando me sentaba en una banca del parque solo para demostrarme que podía hacer lo que se me antojara y, así, a mi manera, ejercía mi propia resistencia.