Antonio Pau

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    Sinceridad es la verdad propia, la verdad subjetiva, escribe Kant.
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    Pero ¿cuál es el destino de la huida? Aquí sí que hay grandes variaciones, aunque probablemente tenga razón Else Lasker-Schüler en el poema que se cita al principio: en el fondo, toda huida acaba en uno mismo, que es el único «lugar sin fronteras». A veces se busca refugio en la soledad y a veces se busca refugio en la compañía. Pero la compañía —la afín, la grata, naturalmente— también refuerza la individualidad, porque el hombre se siente entendido y apreciado en ella.
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    Pero hay una soledad de la que se huye y una soledad que se busca. Algunas lenguas distinguen esas dos soledades, como el inglés —loneliness y solitude— o el alemán —Alleinsein y Einsamkeit—. Son realidades tan distintas, que resulta sorprendente que otras lenguas no puedan diferenciarlas. La soledad de la que se huye es la soledad-angustia, y la soledad a la que se huye es la soledad-quietud.
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    «El sosiego —escribió Kant— es una condición sine qua non de la felicidad». De manera que para alcanzar la meta última de la huida, que es la felicidad, el hombre tiene que pasar por esa meta previa que es el sosiego.
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    La respuesta exige plantearse antes otra pregunta y darle a su vez respuesta: si el cambio del mundo se alcanza con el cambio de las estructuras o con el cambio de las personas.
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    «El hombre está condenado a ser libre», escribió Sartre en el núcleo de su obra filosófica mayor, El ser y la nada (L’Être et le Néant, 1943). El hombre percibe la libertad como una condena, porque le obliga a tomar por sí mismo continuas decisiones, y con ello a asumir una responsabilidad. Esa condena se acentúa porque el hombre tiene que valorar exactamente la realidad antes de decidir, y esa valoración es difícil, porque, como dijo Heidegger, el hombre es un ser de lejanías (ein Wesen der Ferne): todo lo ve lejano, desdibujado, impreciso. Y el individuo responde muchas veces a esa obligación de asumir la responsabilidad (y previamente a la necesidad de enfocar la realidad para verla y entenderla con claridad) con una conducta muy simple: la huida.
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    La huida de la libertad es una huida ilegítima, porque la conducta que procede ante la libertad es asumirla responsablemente. «La libertad —escribe Fromm en la introducción a su obra— le da al hombre independencia y la posibilidad de actuar racionalmente, pero le hace sentirse aislado, y con ello temeroso e impotente. Y ese aislamiento no puede soportarlo, y reacciona huyendo y descargando su libertad en alguna forma de dependencia y de sometimiento». Kierkegaard había hablado, un siglo antes, del «vértigo de la libertad», que es producido por «la tremenda angustia de elegir» (Begrebet Angest, 1844).
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    La obra de Jean-Marie Gustave Le Clézio El libro de las huidas (Le Livre des Fuites, 1969)
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    Jäger considera que las diversas teologías dividen y enfrentan a los hombres, mientras que la mística los aúna. Y a la mística se llega por la contemplación, que es lo que enseña Jäger
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    El jardín tiene que ser un espacio cerrado, como la propia etimología revela: la palabra jardín (como la palabra alemana Garten, la italiana giardino, la portuguesa jardim, la catalana jardí, la inglesa garden, la holandesa gaart o la sueca gård) procede del francés antiguo jart o gart, que algunas lenguas, como el español o el italiano, expresan en diminutivo. Jart o gart significaba cerramiento, muralla (de ella deriva también la palabra rusa gorod, город, ciudad, que durante muchos siglos fue también un recinto amurallado).
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