En general, los nacionalistas intentan presentar sus ideas como producto de costumbres y raíces locales, cuando en realidad siempre tienen una deuda intelectual con extranjeros que van dando pasos análogos. Y los grandes nacionalistas culturales del México del siglo XX no son la excepción: Diego Rivera estudió en París, lo mismo que Manuel M. Ponce. Las conexiones de Chávez con Nueva York eran profundas, así como las del pintor Miguel Covarrubias. Incluso aquellos mexicanos que se mostraban orgullosos de nunca haber salido del país estaban en un constante diálogo con artefactos, ideas y personajes extranjeros.
De tal suerte, mi primer punto es sólo un recordatorio: el nacionalismo es un momento colectivo en una trayectoria histórico-mundial. De allí que siempre esté empapado del misterio de lo inquietante: siempre se encuentran coincidencias extrañas e inesperadas entre lo local y lo extranjero.