Lo importante ahora, se tiende a considerar, es tomar por cierta la palabra de las mujeres. Si una mujer dice que disfruta haciendo porno, o cobrando por acostarse con hombres, o dejándose llevar por fantasías de violación, o calzando tacones de aguja –e incluso si no solo disfruta de estas cosas, sino que le parecen emancipadoras, parte de su praxis feminista–, nuestra obligación, consideran muchas feministas, es creerla. Y no se trata tan solo de una afirmación epistémica –que el hecho de que una mujer afirme algo sobre su propia experiencia nos da motivos sólidos, aunque tal vez no irrevocables, para tomarlo por cierto–; es también, puede que en primer lugar, una afirmación ética: un feminismo que maneja con demasiada libertad las ideas de autoengaño es un feminismo que se arriesga a dominar a los sujetos que pretende liberar.