David Keenan

Yo estaba estudiando arte en Glasgow y ya había comenzado a desilusionarme, todo el mundo dando la vara con el patriarcado y la hegemonía y esas historias que les gustaban a los profesores, que te subían la nota si hablabas así, pero a mí no me podía importar menos la crítica social. La crítica social no es arte para mí. Nunca lo será.

La vida es una serie de perturbaciones internas,

Imagínate un mundo gobernado por católicos, dijo. Piénsatelo (vale, lo estoy pensando, es una mierda).

Siempre he tenido esta teoría: los hombres mueren, las mujeres salen de escena.

Pero, gracias a Dios, Escocia está llena de locos, también Airdrie está llena de locos

Uno no duerme en las galerías de arte, a no ser que sea uno de esos aburridos artistas de performance.

Pienso en Lucas y en el modo en que hacía contrabando de recuerdos, el modo en que producía un continuo, y me lo imagino como un pirata, una calavera riéndose y huesos, ahora, y me hace desear levar el ancla una vez más, volver a la casa que tenía en Gartlea, esa galería silenciosa, y zarpar en dirección a la isla, al planeta, o al período vital más cercanos; sea lo que sea, me lleva la corriente. Sin embargo miro la foto con más detenimiento y me doy cuenta de que estamos lejos de tierra y andamos tan errantes como una paloma que llevara una hoja en su pico, sin tan siquiera un indicio del futuro, y por eso me siento de nuevo en mi mesa y escribo esta carta y la meto en una botella y la tiro al mar con la esperanza de que llegue a ti. Escribe pronto. Te echo de menos.

Después entramos en simetría, gravedad, atracción y repulsión, proximidad, órbitas, cargas positiva y negativa. Éstas también son palabras hermosas, en especial cuando se pronuncian o se articulan casi sin aliento.

Quiero aventuras, dijo. Quiero vivir. Los libros no son la vida, dijo. La música no es la vida. Mantenerse vivo no es vivir. Seguir a una chica de veinte años hasta el otro lado del mundo y montar un negocio en una zona de guerra: eso debe de ser vivir.

Luego citaba el comienzo de Apuntes del subsuelo de Dostoievski, uno de los libros que habíamos analizado juntos. «Soy un hombre enfermo. Soy un hombre despechado. Soy un hombre apático. Creo que padezco del hígado». Adiós por ahora, dijo, y así fue cómo desapareció de mi vida.