la crítica más importante —y también la más peligrosa— en contra de la democracia liberal es la que proviene de la derecha, según la cual el gran defecto del sistema democrático es que reconoce o trata a personas intrínsecamente desiguales de manera igual. No se refiere a una derecha política inexistente hoy día en el espectro político, sino a una derecha filosófica representada por el filósofo Friedrich Nietzsche, para la que contrariamente a lo expresado en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos no todos los hombres son creados iguales, y aun en caso de que lo fueran, no habría ninguna forma de excelencia o de realización o de lucha por algo más elevado si todos los hombres desearan ser reconocidos de la misma manera y en igual medida por los demás. Y puesto que todo gran logro humano depende del deseo de ser reconocido como mejor o superior a los demás, en una sociedad en la cual todos fuesen reconocidos por igual, prevalecería lo que Nietzsche llamaba «el último hombre»: