Alexis Hall

Y de repente se volvió mucho más llevadero. Lo suficientemente soportable que casi podía verme aguantando a un hombre que sonreía así y me compraba unos sándwiches de anguila increíbles, aunque no fuera necesario.

Que era peor que no gustarle

—¿Te sientes bien?

—Genial. ¿Por qué?

—No recuerdo la última vez que dijiste algo bueno sobre, bueno, cualquier cosa.

Había construido toda mi vida en torno a no querer cosas que no podía tener y, sí, eso me había dejado solo y amargado en un piso desordenado, pero todavía me preocupaba que la alternativa fuera peor.

Es más fácil alejar a las personas que verlas irse.

—¿Algún día…? ¿Algún día dejará de dolerme?

—Non. —Mamá negó con la cabeza—. Pero dejará de importarte.

—Sí, pero poco a poco irás descubriendo que no sois tan diferentes como imaginabas. Y entonces te sorprenderá lo atento que es y saldrás al rescate en un momento inesperado de necesidad y os enamoraréis locamente y seréis felices para siempre.

—No te creo. Solo insistes en que odias a alguien cuando en el fondo te gusta.

Estoy muy avergonzado, Lucien. Por favor, no lo empeores.

Tengo ganas de verte mañana.

Yo también tengo ganas de verte.