Rafael F. Muñoz

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    Todavía te faltan muchos años para ser hombre.
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    acabó; ni somos bandidos. Soy el general Marcos Ruiz, por si quieres saberlo.

    –No me hace falta.

    –¡Qué muchacho! No sé todavía si eres valiente o grosero. ¿Cuántos años tienes?

    –Aun cuando no le importa, trece.

    –¿Dónde están las personas mayores de tu familia?

    –Mi padre se fue.

    –¿Nos tuvo miedo?

    –Asco.
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    –Ése es mi padre. No quiso ser militar, dice que no hay cosa peor que los soldados cuando quieren gobernar militarmente a un país. Es demócrata, es profesor de leyes. Es director del Instituto; aborrece a los que abusan, sean militares del gobierno o sean revolucionarios.
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    algo habrás de servir. Seguramente estás bien educado, sabes leer y escribir, hablas bonito de vez en cuando. Quizá sabes el inglés…

    –Y también francés…
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    me cedió uno de ellos, entoquillado de cerda e hilos de plata.
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    A cuenta de la renta de tu casa…

    –O de mi sueldo de secretario…
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    Yo no sabía por qué el amigo de ayer iniciaba la guerra contra su enemigo de hoy. Y sin reflexionar cómo había llegado hasta aquel sitio, montado a caballo, vestido con el uniforme de los orozquistas, sin saber adónde habría de llevarme esa misma masa que me rodeaba y me oprimía, cuando el hombre vestido de charro levantó su sombrero y saludó, yo, como todos los demás, me levanté sobre los estribos, eché mano al sombrero para agitarlo contra el viento, arriba de las cabezas, y sin saber qué decir ni qué gritar, lancé únicamente este alarido:
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    Yo no sabía por qué el amigo de ayer iniciaba la guerra contra su enemigo de hoy. Y sin reflexionar cómo había llegado hasta aquel sitio, montado a caballo, vestido con el uniforme de los orozquistas, sin saber adónde habría de llevarme esa misma masa que me rodeaba y me oprimía, cuando el hombre vestido de charro levantó su sombrero y saludó, yo, como todos los demás, me levanté sobre los estribos, eché mano al sombrero para agitarlo contra el viento, arriba de las cabezas, y sin saber qué decir ni qué gritar, lancé únicamente este alarido:
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    Me pareció entonces que la revolución era hermosa: música, caras alegres, banderas brillantes volteando en el viento, brillo de armas, entusiasmo de hombres, impaciencias de caballos jóvenes.
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    Arriba de dónde? ¿Arriba de quién? No importaba: el triunfo radica en subir.

    Importantes reflexiones las de Álvaro

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