La expansión territorial de Israel, junto a la desaparición de la visión socialista sionista, hicieron que esta vestimenta formal fuera todavía más esencial, reforzando hacia finales del siglo xx el estatus de los componentes ideológicos etnorreligiosos de Israel dentro del gobierno y de los militares.
Pero no debemos engañarnos por este proceso relativamente reciente. Fue la nacionalización de Dios, no su muerte, la que levantó el velo sagrado de la tierra transformándola en el suelo sobre el cual la nueva nación empezó a caminar y a construir de la forma que consideró conveniente. Si para el judaísmo lo opuesto al exilio metafísico era sobre todo la salvación mesiánica, que incluía la conexión espiritual con el lugar aunque careciera de cualquier reclamación concreta sobre él, para el sionismo lo opuesto al imaginado exilio se traducía en la agresiva redención de la tierra mediante la creación de una patria geográfica, física, moderna. Sin embargo, la ausencia de fronteras permanentes hace que esta patria sea peligrosa tanto para sus habitantes como para sus vecinos.
[súper-sic]