Nona Fernández

Recuerdo a goteras. Una gota llama a la otra y a veces la llave se abre. Cuando eso pasa intento retener lo que más puedo. Pero aunque intente reconstruir con la mayor precisión posible, quizá lo que te escriba no tenga nada que ver con lo que pasó. O con lo que me contaste que pasó. O con lo que recordabas que había pasado.

Cuando la memoria de nuestros genes no pudo almacenar más información, aparecieron nuestros cerebros. Cuando nos dimos cuenta que manejábamos más datos de los que podíamos recordar en esos cerebros, inventamos formas de registro y así surgió, por ejemplo, la escritura.

pero a mí no me dolía nada aparte del alma, ay, ay, el del alma era un dolor agudo en todo el cuerpo,

la dimensión desconocida, él manda mensajes al vacío sobre un mundo que desapareció.

Mi cabeza se quedó en el Nido 18.

Y en el Nido 20. Y en el Remo Cero.

También en Colina y en esa escalera de caracol que había en

el AGA para llegar al subterráneo.

Luego me mandaron a la Academia de Guerra

a cuidar prisioneros de guerra.

Así me dijeron: prisioneros de guerra.

José Weibel, a Carlos Contreras Maluje

¿Cuántos rostros puede contener un ser humano?

La Tierra es azul y hermosa, dijo, y desde aquí, que la Historia lo registre, por favor no lo olviden nunca: no se escucha la voz de ningún dios.

cartas como la suya,

que llegan desde el futuro preguntando por esos gritos.

No sé qué responderle.

Ya no entiendo lo que dicen esos gritos.