Kelly G. Wilson

En 1923, el New York Times preguntó al explorador George Mallory por qué tenía tanto interés en escalar el Everest, a lo que supuestamente respondió: «Porque está ahí». Si Mallory decía la verdad, no se dedicaba al alpinismo por la fama, la fortuna o para impresionar a las damas. Más bien podemos imaginar que había cierta coincidencia entre lo que quería que fuera su vida y alcanzar la cima del pico más alto del mundo.

Si te criaste en Estados Unidos (o en muchos otros lugares), has crecido en una cultura en la que es más exacto preguntar «¿De qué manera soy racista?» que preguntar «¿Soy racista?» Nuestra cultura (si eres estadounidense y quizá aunque no lo seas) arrastra el bagaje de la opresión racial, y se tarda mucho tiempo en cambiar prejuicios profundamente arraigados como este. Incluso cuando personalmente valoramos la práctica de la igualdad y aborrecemos la idea de la discriminación, es probable que sigamos llevando algunas de las semillas de estos prejuicios.

¿Y si hubiera algo que pudiera protegerte del mundo? Imagina que pudiéramos escribir un libro que ofreciera algunos temas de conversación y ejercicios que, una vez completados, te curaran de la ansiedad, pero con una trampa. Desaparecerían la preocupación, el pánico y el miedo, pero también la emoción, la satisfacción y la alegría que pudieras sentir. Tu experiencia de la vida sería segura, incolora y plana. Podríamos protegerte de lo malo, pero sólo a costa de lo bueno.