—Puedes usar esta sudadera también si quieres —tiró de la que tenía puesta.
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Cogí la pasta y recién cuando tragué dos grandes bocados pensé en lo que él acababa de hacer. ¿Solo había fingido que no le gustaba para que yo la comiera? Porque no era para nada desagradable. No estaba segura. No parecía algo que él pudiera hacer pero, de nuevo, él era diferente de lo que había creído originalmente.
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Cállate y cógela.
Él no discutió y finalmente la aceptó. Tenía frío. Ni siquiera estábamos tocándonos, pero la temperatura debajo del saco bajó notablemente con su presencia helada.
Él se rio un poco.
—¿Qué?
—¿Alguna vez le has dicho a alguien que se calle?
—Nop. Es como si tú sacaras esas cosas de mí.
—¿Cómo lo has sentido?
—Bien, la verdad.
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—¿Por qué no te importa?
—¿Qué?
—Lo que otros piensan de ti.
—Porque no tengo poder sobre lo que otras personas hagan… o piensen.
—Supongo que para mí es difícil aceptar que no tengo poder sobre eso.
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Pero no lo era. Bueno, no era la vida de todos. Deseaba que no fuera su vida.
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Él se movió para que su brazo estuviera debajo de mi cabeza, su mano en mi espalda. Mi corazón se aceleró. Dax no tuvo ninguna reacción a mi cercanía. Su respiración era normal y también su ritmo cardíaco; lo sabía, porque lo escuchaba al tener mi oído contra su pecho.
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Solo te recordabas a ti misma que tienes novio? —Hizo una pausa, después se rio—. ¿O me lo estabas recordando a mí? Tú fuiste la que se ha acercado.
—No. —Mis mejillas se encendieron—. Yo no estaba… no. Solo me preguntaba qué pensabas de él.
—¿De Jeff? ¿Por qué te importa qué pienso de él?
—No lo sé. No importa.
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El peso del brazo de Dax enlazado a mi cintura me mantuvo quieta en mi sitio a la mañana siguiente.
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Al principio, su brazo se ajustó en mi cintura, respiró profundo y después, como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo, maldijo en voz baja y se alejó.
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Y en ese momento, sentí que ese era mi lugar en el mundo.
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