—¿No lo creen todas las chicas?
Me sorprendí al ver que sus mejillas adoptaban un ligero tono rosado. No sabía muy bien por qué aquello podía darle la más mínima vergüenza. Estaba convencida de que ya lo sabía. Se pasó una mano por el pelo. Luego dijo en una voz tan baja que apenas lo oí:
—Tú no eres todas las chicas.