Sí, es ella –respondió en voz alta y mi respiración se aceleró–. La mujer de la que te hablé.
Aaron me miró. Los ojos le brillaban debajo de la luz fluorescente de la habitación.
–Tu Thea –dijo Richard, emocionado. Thea. Ese era el nombre de su esposa. De la madre de Aaron. Lo miré y encontré la sonrisa que había ocultado. Era pequeña y débil, pero suficiente para liberar