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Willa Cather

  • Dianela Villicaña Denahar citeretsidste år
    Cuando el director le preguntó por qué estaba allí, Paul explicó, con bastante corrección, que quería volver al colegio. Era mentira, pero Paul estaba muy acostumbrado a mentir; de hecho, le parecía indispensable para salvar las desavenencias. Se pidió a sus profesores que enunciaran sus respectivos cargos contra él, lo que hicieron con tanto rencor y encono que revelaban que no se trataba de un caso corriente
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    En una clase permanecía sentado tapándose los ojos con una mano; en otra siempre miraba por la ventana durante el recitado de la lección; en otra hacía un reportaje en directo de la clase con intención humorística
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    Entre las ofensas mencionadas se contaban el desorden y la impertinencia, pero todos sus profesores coincidieron en que era prácticamente imposible poner en palabras la causa real del problema, que radicaba en la actitud histéricamente desafiante del chico; en el desprecio que todos sabían que sentía por ellos y que al parecer no hacía ningún esfuerzo por ocultar
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    Paul siempre sonreía, siempre miraba en derredor, dando la impresión de creer que podían estar vigilándolo y tratando de detectar algo
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    No lo sé —replicó—. No era mi intención ser educado o maleducado. Supongo que es mi manera de decir las cosas, pase lo que pase
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    No creo realmente que esa sonrisa suya venga solo de la insolencia; hay en ella algo como atormentado. Para empezar, ese chico no es fuerte. Me he enterado por casualidad de que nació en Colorado solo unos meses antes de que su madre muriera de una larga enfermedad. Algo no anda bien en ese chico
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    o es que las sinfonías, de por sí, significaran algo en particular para él, pero solo la vista de los instrumentos parecía liberar de su interior cierto espíritu potente e hilarante: algo que luchaba allí dentro, como el genio de la botella que encontró el pescador árabe
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    Esta noche se acercó a ella con la falta de energía propia de la derrota, la desesperada sensación de hundirse de nuevo y para siempre en la fealdad y vulgaridad que experimentaba al volver a su casa
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    En cuanto se adentraba en Cordelia Street, sentía cómo las aguas se cerraban sobre su cabeza. Después de cada una de esas orgías de vida, experimentaba toda la depresión física que sigue a una bacanal: la aversión a las camas respetables, a la comida vulgar, a una casa impregnada de los olores de la cocina; una escalofriante repugnancia hacia el incoloro e insípido conjunto de la existencia cotidiana; un deseo malsano por cosas fabulosas, luces tenues y flores frescas
  • Dianela Villicaña Denahar citeretsidste år
    Era en el teatro y en el Carnegie Hall donde Paul vivía de verdad; el resto no era sino sueño y olvido. Este era el cuento de hadas de Paul, y para él tenía todo el encanto de un amor secreto. En cuanto inhalaba el efervescente olor a polvo y pintura de entre bastidores, respiraba como un prisionero recién puesto en libertad, y sentía dentro de él la posibilidad de hacer o decir cosas magníficas, brillantes, poéticas
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