Paolo Rumiz

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    escribir es más frío, sin pasión,
    un acto notarial y miserable,
    y ésta no es una historia que se lea,
    es una historia para ser contada
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    invierno, en las noches junto al fuego.
    Por eso no lo haré, ya que prefiero
    dejarla que fermente, hasta que alcance
    la consistencia de una bella hogaza
    cocida al punto, tostada y redonda,
    como en el horno de mi panadero».
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    «Se escribirá en un libro, estoy seguro,
    otro lo hará, y podrías ser tú,
    cuando deje de estar entre vosotros».
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    ahora sé que puedo, finalmente,
    convertirme en notario y transcribir
    el romance que muchos ya escucharon,
    la historia bosnia de sangre y de miel.
    Y puedo hablaros ya desde el principio
    del gusto de aquel fruto legendario
    que en un instante transformó la vida
    de un hombre fuerte, tras una canción
    oída a una mujer en Sarajevo.
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    Y entonces que comience la balada,
    dejaos llevar por ella y, sobre todo,
    os lo ruego, no la llaméis poesía,
    porque el relato mío en breves líneas
    no es más que la andadura de sus botas,
    las de Max, que he tratado de calzar
    para estas siete leguas de aventura.
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    «Alentad a aquellos que desean
    abrir una ventana en vuestra mente,
    preservad con cuidado las palabras
    en lo profundo de una hermosa arca
    como antaño, con frutos de membrillo,
    y por un año entero vuestros paños
    exhalarán fragantes las ideas».
    (Versión de Las avispas de ARISTÓFANES)
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    pensó en las palabras de su padre,
    que siempre le decía que evitase
    aquellos montes llenos de asechanzas.
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    la necesaria paz, que Sarajevo
    era tan sólo una mujer inerme
    entre unos machos sedientos de estupro.
    La vio esplendente en medio de la noche
    vestida con librea azul invierno,
    olfateó su acre olor a lúpulo,
    a haya, a carne al grill, a panes turcos,
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    , Max, era tan sólo buba švava,5
    un pobre escarabajo de Alemania,
    recordando que alguien le había dicho
    que švavi, es decir «suabos», llamaban
    allí a los soldados alemanes
    que como escarabajos descendieron
    en el cuarenta y uno a Yugoslavia.
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    Vio la nieve, chimeneas con humo,
    y en cada espacio libre tumbas nuevas
    que descendían al bazar de Baščaršija;
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