Tal como había pronosticado, Oscar no logró conciliar el sueño porque ese colchón no era de plumas. A su lado, en la misma cama, Billy Bronze tampoco dormía, preocupado por su mujer y ansioso por tener noticias del nacimiento de su hijo. Al otro lado del pasillo, Lucille y Grace daban vueltas en la cama porque habían tomado demasiado café después de la cena. En su catre, a los pies de la cama, Tommy Lee Burgess daba vueltas en la cama por el calor y por la avispa que zumbaba cerca del techo.
En Perdido, Sister estaba sentada en la cama, rodeada de almohadas. Con la luz de la mesita de noche encendida, hojeaba con impaciencia una gran pila de revistas, recortando recetas como si estuviera poseída. En la oscuridad del extremo opuesto de la habitación, Miriam estaba sentada en una silla, con el respaldo enfrente. Tenía los brazos cruzados sobre una mesita de mimbre y giraba pacientemente el dial de la radio, buscando las emisoras nocturnas.
El calor, la preocupación, el colchón, el suspense, los insectos, la cafeína y el olor del río que flotaba en el aire los mantenía despiertos.
De pronto se oyó un ruido agudo y repentino, y Sister levantó la cabeza de la revista que estaba hojeando.
—¿Qué ha sido eso?