mujer citando de todo, desde el liderazgo de las mujeres en la industria del sexo (pensemos en Christie Hefner, la ceo de Playboy) a las aspiraciones de estrella porno de las chicas de secundaria, desde el aumento astronómico de la popularidad de las operaciones de aumento de pecho a las clases de aeróbic de strip-tease, o al surgimiento de bois queer locos por el sexo. Lo que Levy encuentra especialmente turbador de la «cultura procaz» de hoy es que las mujeres jóvenes no solo participan en ella de forma entusiasta y la promueven, sino que parecen equipararla con la liberación feminista. Según Levy, las grandes corporaciones de medios de comunicación —desde las revistas de moda hasta series como Sexo en Nueva York— han engañado a las mujeres jóvenes para que crean que el feminismo está anticuado y que la expresión sexual es ahora la contribución más importante que pueden hacer, su frontera más excitante.
En mis clases de estudios de la mujer, el libro de Levy ha sido una herramienta didáctica sin duda muy poderosa. Puesto que para la mayor parte de mis estudiantes el feminismo es algo nuevo, paso varias semanas simplemente llamando su atención sobre las formas en las que las representaciones de chicas y mujeres ponen en primer plano la apariencia femenina y la deseabilidad heterosexual por encima de todo. En este sentido, los ejemplos del libro de Levy no tienen precio. Y sin embargo, su argumento descansa sobre una premisa que no puedo apoyar, a saber, que la inmensa mayoría de las mujeres sufre de una falsa consciencia: que están siendo victimizadas por grandes corporaciones de medios de comunicación orientadas a los hombres, y que están alienadas de sus auténticos deseos sexuales. Si esto fuera cierto, quedarían muchas preguntas por resolver, de las cuales la no menos importante sería si es posible que alguna sexualidad sea verdaderamente «auténtica» o no esté influida por nuestro contexto cultural. Dada mi in