Leo siempre, todos los días, no hay épocas en que no tenga un libro empezado, no sabría qué hacer sin la lectura. «¿Cuántas horas por día dedicás a la lectura», me preguntó una vez, solemnemente, un amigo psicoanalista. Lo miré con sorpresa. Nunca se me había ocurrido contarlas. Leo en los intersticios de la vida. Eso parece poco, pero es mucho. Leo en todo momento, cuando no estoy haciendo otra cosa que me lo impida. Quiero decir, leer es el estado natural del ser humano, ¿verdad? Leer es lo que uno desearía estar haciendo siempre. Se trata de tener algo para leer siempre a mano: en la cartera, en el bolsillo, en el baño, en la mesa de luz, en el estante, en la computadora, sobre la mesa de la cocina y la del comedor, en casa de amigos y parientes, en la oficina. Entonces uno abre el libro, se zambulle y zas. Allí se va, leyendo, por el río de las palabras. Sí, es lectura escapista. Houdini lector. Leo como quien respira. A veces es inevitable contener el aliento, pero en cuanto saco la cabeza fuera del agua (ese efecto se produce, curiosamente, cuando me sumerjo en la lectura), otra vez estoy allí, leyendo. En los vehículos de transporte, qué maravilla. En el metro, por ejemplo, en horas pico, con los brazos levantados, apoyando el libro sobre la nuca o la espalda de un desprevenido compañero de viaje. En el metro vacío, cómodamente sentada, un poco culpable siempre por mi ausencia de la realidad. ¿Sobre qué voy a escribir si no miro, si no sé, si no estoy? Leo en el baño, siempre y largamente. En la cama, ¿por qué no? Pero qué bueno en la cocina, comiendo, simultaneidad del placer. En los bares, tomando cortaditos. En los aeropuertos, casi sin mirar el reloj. En la bañadera. Caminando. He llegado a caerme en un pozo por leer en la calle, pero no por culpa mía, fue el pozo artero que me atacó, disfrazado con un plástico negro. En las colas de oficinas públicas y bancos y supermercados. (Ah, con qué gusto extraigo mi libro mágico en todos los lugares donde no quisiera estar). ¿Dónde no leo?, debería preguntarme. Nunca leo en la ducha, ni cruzando la calle, a menos que haya luz verde.