Ante la imposibilidad de vivir el espacio público ni como un espacio de consumo, por falta de recursos, ni como un espacio libre de consumo, por una dinámica social que, ayudada por las instituciones públicas y ciertas iniciativas privadas, lo vuelve inaceptable, la población encerrada en sus casas construye su propio y extraño universo, a partir de los relatos suministrados por telediarios y reality shows, por Facebook e Instagram. La vinculación del individuo con su entorno comunitario queda así borrada, y el ciudadano pierde contacto con la realidad circundante por falta de un espacio en el que circular, en el que compartir los relatos reales con sus conciudadanos. En su lugar impera el espacio del simulacro que conforma, en sus muchas variedades especializadas, espacios de intercambio basados en comunidades imaginadas, controladas verticalmente en una estructura de panóptico que se tambalea por momentos.