A comienzos de enero de 1956, Adorno anotó dos reflexiones sobre los sueños que demuestran el especial interés que tenía al respecto: «Ciertas experiencias oníricas me permiten suponer que el individuo vive su propia muerte como catástrofe cósmica». Y: «Nuestros sueños no sólo están vinculados entre sí en cuanto “nuestros”, sino que forman también un continuo, pertenecen a un mundo unitario, lo mismo, por ejemplo, que todos los relatos de Kafka transcurren en “lo mismo”. Pero cuanto más estrechamente conectados entre sí están los sueños o se repiten, tanto más grande es el peligro de que ya no podamos distinguirlos de la realidad”.