las sombras y las voces de todos los que estuvieron allí un día, ascienden y descienden en el interior como aves cautivas, y cuando cierro los ojos, me veo a mí misma y a Jim durmiendo encogidos debajo del reloj del hospital, cubiertos con aquel abrigo suyo tan deslucido. Estamos solos en el mundo, como siempre hemos estado, solos con su desgracia. En el sueño, él me rodea los hombros para que no pase frío.