La más recóndita memoria de los hombres

El azar no es más que un destino que ignoramos, un destino escrito con tinta invisible.

Los mapas estelares ya no se dejan leer: el cielo también es un laberinto, y no es menos inhumano que el laberinto de la tierra.

nada entristece a un hombre como sus recuerdos, aun cuando sean felices.

Un buen día, por tanto, me quedé solo en una pista con el fantasma de la música y el recuerdo de mi pareja de baile disipado en el viento. No hubo gradación en la soledad, para la cual nunca estamos suficientemente preparados: fui lanzado de inmediato a su fondo. Pero yo había prestado juramento.

Era sincera, es decir: cruel. Yo la amaba con el furor de un niño incapaz de encontrar el idioma de las emociones, una cólera de la que no sabía quién de los dos era el objeto. Como cada día con ella, o cada noche, podía ser la última, la vivía con exaltación, dolor y, a veces, aun cuando luchase contra este sentimiento, esperanza: de que se quedase junto a mí en lugar de irse a fotografiar a cualquier lugar del mundo los resplandores de una revolución

exiliado se obsesiona con la separación geográfica, el alejamiento en el espacio. Sin embargo, el tiempo es el motivo esencial de su soledad; y echa la culpa a los kilómetros cuando son los días los que lo matan.

creía que un poema que tiene más de ciento veinte lectores es sospechoso

rayo; y la voz te revela, o te recuerda, que la voluntad no basta, que el talento no basta, que la ambición no basta, que tener una buena pluma no basta, que haber leído mucho no basta, que ser famoso no basta, que tener una vasta cultura no basta, que ser sensato no basta, que el compromiso no basta, que la paciencia no basta, que emborracharse de pura vida no basta, que apartarse de la vida no basta, que creer en tus sueños no basta, que descomponer la realidad no basta, que la inteligencia no basta, que emocionarse no basta, que la estrategia no basta, que la comunicación no basta, que ni siquiera basta con tener cosas que decir, igual que tampoco basta el trabajo apasionado; y la voz dice además que todo esto puede ser, y a menudo es, una condición, una ventaja, un atributo, una fuerza, sí, pero la voz añade enseguida que, en esencia, ninguna de estas cualidades basta nunca cuando se trata de literatura, ya que escribir exige siempre otra cosa, otra cosa, otra cosa

Pero siempre llega ese momento terrible, en mitad del camino, en plena noche, en que retumba una voz y te alcanza como

manera que nunca me recreaba tanto tiempo como para pasar por alto la tristeza de las cosas: la tristeza antes de la fiesta, la tristeza después de la fiesta, la tristeza de la fiesta que iba a acabarse irremediablemente (ese momento es tan espantoso como el instante en que una sonrisa se borra de un rostro), la parte de tristeza de toda humanidad, con la que cada cual se debate como una sombra y como buenamente puede