PERDER UN AVIÓN no importa,
duele perder un vuelo,
volver del aeropuerto
sin haber aterrizado,
deshacer una maleta intacta,
aunque no tan intacta,
porque toda camisa que se dobla,
aunque regrese abotonada y pulcra,
está marcada por el viaje
y no se sabe si plancharla o no.
El alma igual: no vuelve idéntica
después de un cielo que se aborta,
el verdadero yo cruza el Atlántico
aunque el destino era más próximo,
porque quien pierde un vuelo pierde
un viaje a las antípodas del globo.
He ido a recogerme
al aeropuerto,
he ido a recoger a alguien
que, sorpresa, era yo mismo,
y me he traído a casa para descansar.
Me tenderé, porque tendido
la sobrecargo olvidará mi asiento,
se borrará mi nombre de una lista negra
y mi inconsciente, quizá, olvide lo demás.
Volver, no sólo estar de vuelta,
es el deseo de todos los que viajan,
y no hay como volver del aeropuerto como espectro,
sintiendo la injusticia del taxímetro
que cobra igual que a un vivo,
volver de incógnito, a hurtadillas,
como un marido con sospechas,
para saber que bien a bien no se despega,
que una camisa siempre tiene arrugas,
que una maleta no se llena nunca
y nadie cruza en serio el Labrador