La mitología de Berryman se basaba en su propia y sobrenatural alquimia –el whisky era el fluido que él ingería, la tinta era el fluido que producía y ambos eran alternativas a la vulgar sangre humana–, pero las venas de Berryman estaban repletas de vulgar sangre humana, sangre que el alcohol fue envenenando poco a poco, y su vida estaba repleta de fluidos que no eran tinta: el sudor de los temblores provocados por el síndrome de abstinencia, el vómito, los pantalones meados y cagados. Detrás del mantra del whisky y la tinta, esas poéticas líneas paralelas, había un hombre con las espinillas llenas de moratones que se pasaba media vida inconsciente a causa del alcohol. Tenía el hígado tan inflamado que podía palparse a través de la piel. Lo suyo no era beber por fanfarronería o farsa. Lo suyo era un lento rezumar hacia la muerte.