Cuando iba a llevar un libro a casa de alguna chica, buscaba el detalle feo, el plato desportillado, la cocina con el esmalte saltado, y me alegraba cuando descubría alguno, eso hacía a esas personas más cercanas a mí. Yo tampoco me daba cuenta entonces de que un objeto sucio o roto en un conjunto de cosas elegantes no era nada, es más, así se evita parecer nuevos ricos.