—No, Camille, yo no…
—O tú o nadie. Te encargarás, ¿verdad?
La voz de Camille era inapelable.
—Está bien… Te… te juro que es…
—¿Eso es un sí?
—Bueno…, sí…, pero…
—¿Pero qué, joder?
—¡Pero sí, joder! ¡Sí!
—Vale —dijo Camille sin esperar más tiempo—. Está claro, entonces. El problema es que hace mucho que no trabajas sobre el terreno, ya no tienes reflejos, ¡vas a estar perdido!
—Claro… ¡Si es lo que acabo de decirte, Camille! —gritó Le Guen.
—Bien —dijo Camille mirándole fijamente—. Entonces debes delegar en un hombre con experiencia. Acepto. Gracias, Jean.