Su respiración se encuentra más agitada e irregular, sus manos, más cálidas y suaves. Tiemblo sobre él y, en un abrir y cerrar de ojos, noto que él también está temblando. Deslizo un dedo por los músculos de su pecho hacia su estómago, sonrojándome por la forma en la que este simple toque lo hace temblar. Su boca choca con la mía y, en un susurro, me pregunta qué es lo que quiero, y le respondo, y él me lo da. Y en ese momento no pienso en nada más, ni en los Blackcoats, ni en Zero, ni en los peligros que nos depara el futuro. Solo pienso en el ahora. En mi cuerpo entrelazado con el suyo. En su respiración, en mi nombre sobre sus labios, en las frías sábanas debajo de nosotros, en el calor de su cuerpo contra el mío, en mis dedos aferrándose desesperadamente a su espalda.
Solo yo.
Él.