Verónica Murguía

Ladridos y conjuros

  • Adriana Gonzálezhar citeretsidste år
    Le da miedo imaginarse a la Colonia del Valle convertida en un amontonadero de rascacielos, llenos de oficinas… Que se deje de celebrar la gran fiesta de San Lorenzo y nadie tenga tiempo de fabricar la hermosa portada de flores con la que se cubre la fachada de la iglesia. Que la convivencia de los animales y humanos desaparezca, arrollada por el tráfico, los bancos, y las tiendas lujosas.
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    Deuteronomio redactó estas páginas. Para él, todo esto fue casi una segunda gatomaquia, aunque reconoce que su estilo es muy inferior al del poetagato Lope de Vega. Yo lo consuelo, diciéndole que Lope de Vega, a pesar de su talento, nunca supo cómo hacerse invisible.
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    Ninguno de los vecinos quiso ir a trabajar. La vendedora de tamales regaló su mercancía; el panadero repartió conchas y cocoles; la señora Tere sacó una bandeja llena de papaya cortada en rodajas y la ofreció a sus vecinos. El pajarero, impulsado por una fuerza desconocida, abrió las jaulas y dejó libres a los canarios, zenzontles y jilgueros. Lo mismo hicieron todos los que tenían pájaros en sus casas.
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    Me llamo Merlín Equilibrín Pitufo…

    Pancho comenzó a mover la cola y preguntó, muerto de risa:

    —¿PITUFO? ¿Qué de nombre es ése?

    —No te burles, mugre Pancho. Eran unos monos que salían en la tele y que le gustaban mucho a mi madre. Y no te rías, porque te lo revelé en confianza, para probarte mis buenas intenciones.
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    Hay un colibrí que insiste en que venga Cholo a hablar con él, que porque los colibríes y los xoloescuintles comparten el pasado azteca, pero eso será cuando se despierte el señor Luis —jadeó.
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    Díganles a todas las que encuentren que ésta es la oportunidad que esperaban para vencer a los gatos y perros de la Ciudad de México! ¡VAYAN!
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    Pero después de hoy, quien va a leer eres tú. Yo, ni anestesiado me vuelvo a acercar a un libro… ¡son peligrosísimos!
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    En los años que siguieron, Mino y Mago hablaron mucho de ese momento, y desde entonces están de acuerdo en que cada uno supo exactamente qué sentía el otro. Y cómo sus diferencias, aunque las había, no eran tan importantes como sus afinidades.
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    Simbad les dio de besos. Los brazos del mono eran más fuertes y largos que los de ningún ser humano y con ellos obligó al perro y al gato a acercarse aún más, hasta que sus cabezas se tocaron. En el momento en el que la negra frente de Mino y la amarilla de Mago se rozaron, se oyó un estruendo que hizo que a ambos les retumbaran los oídos y se les acelerara el corazón:
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    Mire, ayer en la noche, estaba yo siguiendo al gato Mino tal y como usted me ordenó, y vi cómo se metía a casa de los López. Yo no sé qué se trae, pero lo bueno es que se quedó allí y por eso pude arrojar la piedra sobre los gorriones sin que los gatos nos vieran. Aunque la verdad, no sé qué trae ese gato entre las patas, es muy astuto.
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