Como parte de esa expansión, que sería considerada por muchos norteamericanos como un “destino manifiesto”, los Estados Unidos compraron en 1803 la Louisiana a Francia –fracasado el plan napoleónico de expansión colonial en América ante la enconada resistencia de los haitianos–, con lo que duplicaron su territorio y pusieron dentro de sus límites todo el valle al oeste del río Mississippi. A continuación, entre 1810 y 1813 se apoderaron por la fuerza de La Florida occidental y en 1819 de la oriental, que pertenecían a España, expulsando de esta última no solo a los representantes de Madrid, sino también a patriotas de México y Venezuela que reclamaban la independencia de esa península.
No conformes con estas significativas adquisiciones, colonos norteamericanos, con Stephen Austin al frente, autorizados primero por la administración colonial española y después por el gobierno de México, cuyo mandatario desde 1821 era Agustín de Iturbide, se fueron asentando en Texas, favorecidos porque esta región carecía de una frontera natural que la separara de Estados Unidos. Aquí fomentaron plantaciones de algodón con fuerza de trabajo esclava o se dedicaron a la ganadería.