Los biógrafos de Wharton echan de menos ciertas piezas clave que están desaparecidas, por ejemplo, las cartas a su esposo y las cartas a su amante, el periodista Morton Fullerton. Pero la información que sobrevive permite el esbozo de una mujer llena de contradicciones. Por un lado, fue una mujer bisexual, sin hijos, que logró vivir de las ganancias de su obra literaria y fue una de las primeras mujeres en divorciarse en una sociedad que todavía estigmatizaba el divorcio, y a las mujeres divorciadas particularmente. Por otro lado, se opuso al movimiento sufragista y al discurso feminista de su época. De su familia de alcurnia preservó el estatus y varias costumbres burguesas extravagantes; se dice, por ejemplo, que escribía a mano en la cama, junto a un perrito faldero, y que aventaba las páginas al suelo, donde una secretaria las recogía para transcribirlas. Pero en su obra criticó a las clases altas con finísima ironía y denunció su rigidez y conservadurismo con una intuición que, quizás a su pesar, hoy bien podríamos llamar feminista. Sus más de cuarenta libros conforman una obra vasta, tan compleja como la misma autora