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Octavia Butler

Parentesco

  • Sandy Jaguarhar citeretsidste år
    —Hay tantas cosas que… Quiero saberlo todo, pero no sé por dónde empezar. ¿Por qué soy una esclava?
    —Por que cometiste un delito.
    —¿Un delito? ¿Qué hice?
    —Ayudaste a escapar a un esclavo.
  • Geraldine Guarneroshar citeretsidste år
    Kevin, para dar a una persona un trato brutal no es preciso pegarle.
  • Rocío Toledohar citeretsidste år
    Hacías lo que te mandaran. Casi siempre eran trabajos para los que no hacía falta usar el cerebro
  • Abril G. Karerahar citeretfor 2 år siden
    —Siempre es mejor estar vivo —dije yo—. Al menos, mientras exista la posibilidad de ser libre.
  • Beth Luriiahar citeretfor 2 år siden
    La soltura… me resultaba aterradora. Ahora veo por qué.

    —¿Por qué qué?

    —La soltura con la que nos adaptamos. Nosotros, los niños… Nunca me había planteado cómo se podía entrenar a la gente para que aceptara la esclavitud.
  • Adrianuxhar citeretfor 3 år siden
    Rufus le había causado problemas y ahora la tenía de recompensa. No tenía sentido
  • Gigihar citeretfor 14 timer siden
    —Ya lo sé. —Respiré hondo—. Me pregunto si dejaron que los niños siguieran juntos. Que se quedaran con Sarah tal vez.

    —Ya lo has comprobado y no hay ningún registro. Es posible que nunca lo sepas.

    Me toqué la cicatriz que la bota de Tom Weylin me había dejado en la cara. Me toqué el brazo izquierdo, la manga vacía.

    —Ya lo sé —repetí—. No sé por qué he querido venir aquí. Cualquiera pensaría que ya tuve bastante de aquellos tiempos.

    —Probablemente necesitabas venir por la misma razón que yo —dijo, encogiéndose de hombros—. Para intentar comprender. Para tocar una prueba sólida de que esa gente existió. Para convencerte de que estás en tu sano juicio.

    Miré hacia atrás, hacia el edificio de ladrillo de la Sociedad Histórica, que era una mansión reconvertida.

    —Si le contáramos esto a cualquiera, a cualquier persona, pensaría que no estamos en nuestro sano juicio.

    —Pero lo estamos —respondió Kevin—. Y ahora que el chico ha muerto, podremos seguir así.
  • Gigihar citeretfor 14 timer siden
    Quizá hizo testamento —dijo Kevin al terminar una de nuestras pesquisas en la Sociedad Histórica de Maryland—. Pudo haber pensado que liberaría a esa gente después, cuando ya no fuera a darles ningún uso.

    —Pero estaba su madre —dije yo—. Él solo tenía veinticinco años. Probablemente pensaba que tenía mucho tiempo por delante para hacer testamento.
  • Gigihar citeretfor 14 timer siden
    Una voz. La voz de un hombre.

    —Dana, ¿qué…? Ay, no. ¡Dios, no!

    —Nigel… —gimió Rufus, con un largo suspiro tembloroso.

    Su cuerpo se quedó laxo y yo empecé a sentirlo pesado como el plomo. Lo aparté como pude… Todo su cuerpo salvo la mano, que seguía aferrada a mi brazo. Entonces empecé a sentir unas convulsiones terribles y más ganas de vomitar.

    Algo —más fuerte y más duro que la mano de Rufus— me atenazó el brazo y me lo apretó. Sentí que se agarrotaba y empezaba a empujar contra lo que fuese aquello —sin dolor al principio—, que se derretía y se fundía con ello, como si me estuviera absorbiendo el brazo. Era algo frío e inanimado.

    Algo…, pintura, escayola, madera…, una pared. La pared de mi salón. Había vuelto a casa, a mi propia casa, a mi propia época. Pero de alguna manera seguía atrapada, pegada a la pared, como si a la pared le hubiera crecido un brazo —el mío— y sobresaliera de ella. Desde el codo hasta la punta de los dedos mi brazo izquierdo se había convertido en una porción de la pared. Miré al lugar exacto donde la carne se fundía con la escayola, miré fijamente sin poder entenderlo. Era también el lugar exacto por donde Rufus me había atenazado con los dedos.

    Tiré del brazo hacia mí. Tiré fuerte.

    Y de repente una catarata de dolor, una agonía roja e imposible.

    Grité y grité.
  • Gigihar citeretfor 14 timer siden
    Me retorcí de repente y me solté: él me agarró, intentando no hacerme daño. Me di cuenta de que estaba intentando no hacerme daño aunque yo ya había levantado la navaja, aunque ya se la había hundido en un costado.

    Gritó. Yo nunca había oído a nadie gritar así: era un sonido animal. Volvió a gritar, un gorjeo grave, feo.

    Durante un momento me soltó la mano, pero me agarró el brazo antes de que yo pudiera apartarme. Luego levantó el puño que tenía libre para pegarme una y otra vez, como había hecho aquel patrullero tanto tiempo atrás.

    Me las arreglé para tirar de la navaja que aún tenía clavada. La levanté y se la volví a hundir en la espalda.

    Esta vez solo gruñó. Se cayó sobre mí todavía vivo, todavía sujetándome el brazo.

    Yo estaba tumbada debajo de él, casi inconsciente por los golpes, y sentí náuseas. El estómago se me empezó a retorcer y vomité sobre los dos.

    —¿Dana?
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