cada otoño había que entregar grano, guisantes, patatas y un cerdo por familia. Lo entregábamos, sí, pero nos quedaba lo suficiente para nuestro propio consumo. Todo el mundo quedaba contento, mientras que antes, con los soviéticos, vivíamos en la miseria. Antes, el capataz del koljós iba marcando las jornadas de trabajo en un cuaderno y al final de año te las remuneraba con aire. Y con los alemanes teníamos mantequilla y jabón. ¡Era otra vida completamente distinta! Y la gente se alegraba de haber ganado la libertad. Los alemanes impusieron su orden… Si te olvidabas de alimentar a tu caballo, te daban un azote. Si no barrías los rastrojos en tu patio, otro… Recuerdo que decíamos que si nos habíamos habituado a vivir bajo los comunistas, también nos habituaríamos a vivir gobernados por los alemanes… Que aprenderíamos a vivir a la manera alemana.