Trópico de Cáncer

No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo.

Tú, Tania, eres mi caos. Por eso canto. Ni siquiera soy yo, es el mundo agonizante que se quita la piel del tiempo.

Para cantar, primero hay que abrir la boca. Hay que tener dos pulmones y saber un poco de música.

El vino me está salpicando en las piernas, el sol está salpicando a través del mirador, y dentro de las venas siento burbujear y chapotear mil locuras que ahora empiezan a salir de mí a chorros y atropelladamente.

Francamente, aquello me acojonó. No volví a usar nunca un polisílabo en la conversación; de hecho, apenas habría la mui en toda la noche. Me comportaba como un retrasado mental profundo, que era lo que querían de nosotros. De vez en cuando, para halagar al jefe en cierto modo, subía a preguntarle, cortés, qué podría querer decir tal o cual palabra. Eso le gustaba. Era como un diccionario y horario ambulante, aquel tipo.

Vas a la deriva así durante años y años, hasta que te encuentras en el centro inerte, y allí te pudres lentamente, te desintegras lentamente, te dispersas otra vez. Sólo queda tu nombre.

Codo a codo con la raza humana corre otra raza de seres, los inhumanos, la raza de los artistas que, estimulados por impulsos desconocidos, toman la masa inerte de la humanidad y, mediante la fiebre y el fermento de que la imbuyen, convierten esa pasta húmeda en pan y el pan en vino y el vino en canción.

Por alguna razón le caí en gracia; me fue imposible quitármelo de encima, una vez que descubrió que estaba dispuesto a escuchar sus ideas «esotéricas». Hay personas en este mundo para las que la palabra «esotérico» parece un licor divino

por desesperado que sea mi anhelo, hay un océano entre nosotros; ella seguirá allí en la miseria, y yo caminaré aquí de una calle a otra, con lágrimas ardientes quemándome el rostro.

aterrorizada quizá por una premonición del futuro, donde Mona se me agarró y con voz trémula me hizo prometerle que nunca la abandonaría, nunca, pasara lo que pasase.