Tirano banderas

—¡Los hombres providenciales no pueden ser reemplazados sino por hombres providenciales!

Y este círculo de eterna contemplación —gozoso o doloroso— era el fin inmóvil de los destinos humanos y la redención del ángel en destierro.

El pensamiento de la muerte había puesto en aquellos ojos, vueltos al mundo sobre el recuerdo de sus vidas pasadas, una visión indulgente y melancólica.

Las almas, al despojarse de la envoltura terrenal, actuaban su pasado mundano en límpida y hermética visión de conciencias puras.

Para Don Roque, los hombres eran ángeles desterrados: Reos de un crimen celeste, indultaban su culpa teologal por los caminos del tiempo, que son los caminos del mundo.

Hablaba con esa luz fervorosa de los agonizantes, confortados por la fe de una vida futura, cuando reciben la Eucaristía.

a los científicos hay que darles puestos fuera del país, adonde su talento no sea perjudicial para la República.

En toda revolución hay siempre dos momentos críticos: El de las ejecuciones fulminantes, y el segundo momento, cuando convienen las balas de plata

—En lo pior de lo malo hay que ponerse, mi jefecito.

—El deseo no basta, y debe ser acompañado de los hechos.