Ella había aceptado eso, en cierto sentido, pero seguía creyendo que su presencia era útil, aunque solo fuese porque a veces se las apañaba para explicar o defender alguna acción o a algún individuo concreto, en los que, de lo contrario, no se habría reparado siquiera. Había comprendido por qué los demás se comportaban así: casi todos eran mayores que ella, habían crecido en un mundo en el que se prosperaba siempre bajo la protección de un padrino, y les había ido bien. Eran gente amable, bienintencionada, cosmopolita, entretenida, cínica y quizá un poco tímida. Jamás se habrían atrevido a hacer tambalear la calma que reinaba a su alrededor, y mucho menos una de la que ellos disfrutaban