Estoy segura de que, al inicio de su carrera, con sus primeras novelas cargadas de páginas, investigaciones profundas y minuciosas, su literatura no era portátil. Que cuando el establishment literario lo puso en su lugar,10 le dijo que no se puede ser un novelista serio si todo lo que haces es ciencia ficción o erotismo enloquecido, enunció un orgulloso y callado «al cabo que ni quería» y decidió tomar otro rumbo. Yo hubiera hecho lo mismo, quizás. Pero también sé que siempre que se hacen las cosas sin introspección, sin reconocer el dolor que causan, sin atreverse a enunciarlo, la amargura se instala en alguna parte del pecho y ya no se va. Y te acabas, poco a poco, peleando con todo el mundo.
Todas estas alusiones al enmierdado ambiente literario son geniales. Enunciar, como lo ha hecho AMLO, en relación al poder sesgado del mundo académico y artístico ha sido un respiro a la insolencia de la aspiración psudouniversalista de los legisladores del arte verdadero.