Los nombres, en el inconsciente, funcionan como mantras (versos tomados de las obras védicas y usados como encantos). Estas palabras, por su repetición constante, originan vibraciones que producen determinados efectos ocultos. Los brahmanes creen que cada sonido en el mundo físico despierta un sonido correspondiente en los reinos invisibles e incita a la acción de una fuerza u otra. Según ellos, el sonido de una palabra es un eficaz agente mágico y la principal llave para establecer la comunicación con las entidades inmortales. Para la persona que desde que nace hasta que muere repite y escucha repetir su nombre, éste funciona como un mantra. Pero un sonido repetido puede ser benéfico o dañino. En la mayoría de los casos el nombre consolida una individualidad limitada. El ego afirma «Soy así y no de otra manera», perdiendo fluidez, anquilosándose. Los grandes adeptos de la Magia, como Éliphas Lévi, Aleister Crowley o Henri Corneille-Agrippa, afirmaron que el ser humano tenía dos cuerpos, uno físico y otro de luz (también llamado cuerpo energético o alma) el que, por ser sagrado, no podía tener un nombre personal. El nombre que se pronuncia, unido como una sanguijuela al cuerpo físico, sólo manifiesta la individualidad ilusoria de la persona. El cuerpo de luz forma parte del impronunciable nombre de Dios. El propósito de estos magos era desarrollar o recordar el cuerpo de luz, integrándolo en la conciencia cotidiana. Si se alcanza un equilibrio funcional del cuerpo de luz con el cuerpo físico, el ego egoísta