Conrad me subió en brazos y me cargó sobre el hombro, como si no pesara nada, igual que la noche anterior. Reí mientras corría en zigzag a izquierda y a derecha, como si estuviese en un campo de fútbol americano.
—¡Bájame! —grité, tirando del vestido.
Lo hizo. Me bajó al suelo con delicadeza.
—Gracias —dijo, con las manos todavía en mi cintura— por venir.