finalidad de la filosofía ha sido, desde su origen, la búsqueda de una vida buena, una vida digna de ser vivida. Y ello pasa necesariamente por ser feliz. Una felicidad que no se compra, sino que se construye día a día con las decisiones que tomamos. Como nos enseñó el filósofo griego Aristóteles, la felicidad no consiste en el consumo masivo de productos rápidamente desechables o experiencias pasajeras que dejan tras de sí una mayor sensación de vacío y desasosiego, sino en llegar a ser personas equilibradas, capaces de comprender y controlar nuestras emociones. Y el único medio para lograrlo es aprender a pensar.