Tríptico del desamparo

Ruego que los lentes oscuros disimulen mi estupor.

“Ojalá nunca debas vivir tiempos interesantes”.

Por las noches busco refugio en la cocina, el único sitio intacto de todo el piso; lejos del desolado comedor, de las alfombras a medio enrollar en la recepción, de los canastos apilados en la biblioteca, de las bombitas de luz que penden de un cable en los inútiles cuartos de huéspedes.

Somos vestigios de otra época, Irene. Viejos bailarines. Viejos bailarines que intentan adaptarse a un compás veloz y luchan por seguir el paso sin caer en el ridículo.

Y, cuando ya no pueda leerlos, me bastará con acariciarlos, respirar profundo y saber que al menos sus lomos gastados permanecen cerca de mí.

Hacía mucho tiempo que mi hija había dejado de ser una decepción: los años la habían vuelto una derrota estampada a fuego

¿Verdad? La verdad es un lujo que dejamos de merecer hace demasiado tiempo.

hueco ardiente en donde debería haber algo. Lo mismo les sucede a los mancos, a los mutilados. Un dolor agudo y tangible en donde ya no queda na

de pronto advierto una cavidad en alguna parte de mí,

Mis ojos pronto dejarán de ver. Cuando así sea, que también dejen de llorar.