Venecia. El león, la ciudad y el agua

tendría que ceder su lugar de honor junto al papa en este cuadro a una maleta revestida de piel, y ello por orden de un escritor de un continente que aún no había sido descubierto en la época en que él gobernó.

el puerto resulta ya irrelevante. Intento examinar lo más cerca posible el pequeño baúl, en cuya piel hay clavadas relucientes tachuelas de cobre; el protagonista del cuadro es apenas visible en la penumbra de la sala

historia nunca está muy lejos en esta ciudad.

la cabeza todavía llena de las estatuas de los giardini, he paseado con calma por media ciudad y, sin pensarlo demasiado, he ido a parar al Museo di Storia Naturale ubicado en el palazzo Fontego dei Turchi («el almacén de los turcos»). Allí contemplo un enorme gorila con los brazos ampliamente extendidos colgado de una pared de color rosa pálido. Está furioso, el gorila; mantiene la boca, con todos sus dientes, muy abierta, sobre el torso desnudo lleva una placa de cobre en la que pone «gorila», sus pies y manos de cuero negro son muy pareci

me siento a gusto en compañía de esas estatuas. Esto es un cementerio agradable de muertos de piedra que se mantienen erguidos. El propio Wagner, que aquí llaman Ricardo porque murió en Venecia en 1883, forma parte de este conjunto y goza de vistas a la laguna. Las fechas me indican que casi todos han muerto hace un siglo o más, ya se han acostumbrado

mínimo que Venecia podría hacer es eliminar la negrura de su cara sucia: su cabeza se lo merece. Ofrece el aspecto de un héroe: el cuello de la camisa abierto, la barbilla levantada, las mandíbulas apretadas. Alguien ha grabado sobre su esternón un círculo con una A (¿Austria?). Pasear por una ciudad supone recorrer diferentes signos. Estos monumentos nos quieren decir muchas cosas: Gustavo Modena, Riccardo Selvatico, Pier Luigi Penzo, un actor, un al

Era un poeta, un italiano que no creía en Dios y que ganó el Premio Nobel en 1906. ¿Qué pensarán los poetas cuando ven su propia estatua? ¿Y qué pensarán de sus compañeros de piedra que les acompañan tantos años después de su muerte? No muy lejos de él está Guglielmo Oberdan, condenado a muerte en 1882 por haber tramado un atentado contra el emperador austriaco en Trieste. Héroe de Italia, mártir, partidario de Garibaldi, atentado fallido. I

sobre las cosas que desaparecen detrás del muro del tiempo y que, para algunas personas, permanecen ocultas en su ser más profundo. No muy lejos de ella hay todo un conjunto de figuras. Cuando caminas por ahí a solas, tienes la impresión de que ellas se conocen entre sí y de que tú quizá les molestes. Un hombre con aspecto de un Karl Marx heroico que, en el lugar del torso, tiene una especie de lápida en la que figura su nombre apenas legible, Giosuè, y, en el lugar de los hombros, dos cabezas de mujer que apartan la vista de él. El hombre se eleva sobre las ramas invernales de los

Ahora, de repente, disponía de tiempo para mirar esas curiosas estatuas diseminadas allí entre los arbustos, no muy lejos de donde yace en el agua la partisana asesinada con su larga melena ondeando en compañía de las algas: el recuerdo de esa guerra que yo

Esta es la ciudad líquida por excelencia; si permaneces en ella el tiempo suficiente, su forma, tal como se presenta en el plano, se convierte en parte de tu cuerpo, un contraste continuo entre la movilidad del agua y la inmovilidad de la piedra, la irrevocabilidad de los muros, el extremo inexorable de una calle que termina en un canal y te obliga a