Aprende, pues, del lirio y del pájaro. ¡Arroja tu preocupación sobre Dios! Pero tu alegría no debes arrojarla, sino que, por el contrario, debes aferrarte a ella con todas tus fuerzas. Si lo haces así, resulta fácil calcular que siempre retendrás algo de alegría, pues si tiras lejos todas tus preocupaciones, solo retienes lo que hay en ti de alegría.